Por Miguel Ángel Contreras, artista plástico

Hace unos días se inauguró en el Castillo de Chapultepec la exposición artística “33 Sor Juanas y 1000 hombres necios” en la que participé con tres artistas durangueses: Teresa Rivas, Pilar Contreras y Didier Bracho.
¿Cómo dar salida y rumbo a las percepciones de una Modernidad en continua transformación, cómo disponerla en un espacio en el que fragüen y alcancen concreción treinta y tres creatividades y una más, en composición fotográfica?
¿Y si eso es posible, cómo engarzarla de paso con un estilo atemporal, ido con un personaje que no carece de radicalidad poética en su tiempo, de su carácter subversivo que aún hoy, y en una cada vez más dilatada distancia continúa atravesando sensibilidades?
Propuesta de múltiples emociones generadas a partir de la visión de una monja “jerónima” que se extiende y agranda en el tiempo. Desde un origen colonial, monótono (Siglo XVII) plagado de una oscuridad andante y con presencias manifiestas en rebuscamientos no menos recargados en una forma de abigarrado Barroco.
Hecho que refleja las costumbres de una sociedad apartada y en permanente fuga, pero a la vez, en búsqueda constante de una singularidad que termina al fin, no sólo reflejando el origen. También las posiciones y las conductas de una sociedad hermética, disimulada, o enredada en sus cortesanos silencios.
Ese es el mundo en el que se juega nuestra heroína, nombrada en el tiempo como Décima musa, y que ahora en su posteridad, buscamos evocar y proyectar en el espíritu de esta Muestra pictórica como un tributo que refrenda la preservación de su memoria.
Fondo plástico que en formas, técnicas, empastes y rasgos distintos hacen propicia la generación pictórica que hoy le honra y pone al día, celebración de por medio, en toda la grandeza de su ausencia en este primer cuarto del S. XXI, donde muchos le han glosado, ensayado, escrito, pintado y recreando desde un icono de abundantes imágenes.
Sor Juana Inés de la Cruz: hoy nosotros nos unimos a la continuidad, con un eslabón más que se añade a la cadena de afectos y reconocimientos, al ser humano que ha sido y a la calidad de su obra que tiene la capacidad para conmover y convocarnos, ahora en este magnífico recinto que guarda para el devenir: tesoros invaluables, de la mexicanidad, de lo que hemos sido, somos y seremos en el imaginario histórico de una nación en permanente ebullición.
Aquí, donde no hay nada acabado y lo que existe yace en “perpetuo derrumbamiento”. La necesidad de Juana de Asbaje, por su realización, en medio de la necedad de una contraparte masculina que por naturaleza le demanda como el día a la noche, en perene dualidad.
Una mujer que se recluyó en el Claustro para construir una superior forma de libertad, y poder desde ahí plasmar en versos rimados que la libertad y la realización personal exigen no solo voluntad, también disciplina, persistencia, y sólo entonces estaremos en el camino de la realización.
Y es esta necedad natural la que más de una vez nos ha llevado al fracaso o al éxito, pero también al experimento de elevados estándares de vida, y a este momento que no lo es menos, en el que vuelve a ser motivo para los encuentros, y que hoy nos conjunta para vivir una experiencia más, pero ahora, con un fondo en pictórico colorido.