Por Felipe Vega, fundador y director general de CECANI Latinoamérica, empresa de capacitación para asociaciones civiles y otras figuras no lucrativas.

La pregunta no es una diatriba ético moral. Es determinar las circunstancias que nos vuelven proclives a normalizar las conductas inapropiadas. Por raro que parezca, suele emerger más permisividad ante las grandes desigualdades.

La concentración de la riqueza es una tendencia definitoria de este siglo, cuando casi la mitad de los países de todo el mundo experimentan un crecimiento de la desigualdad económica desde el año 2000.

Las consecuencias son generalizadas. Las mayores brechas entre ricos y pobres afectan negativamente la esperanza de vida, la mortalidad infantil e incluso la felicidad en los grupos con menores oportunidades económicas. Asimismo, a nivel social, el aumento de la desigualdad perjudica el crecimiento económico y se asocia con un aumento de los delitos financieros y violentos.

Incluso la desigualdad cambia la forma en que pensamos sobre la moralidad: cuando es más alta, las personas aceptan más el comportamiento poco ético. Se juzguen las transgresiones con más indulgencia.

¿Increíble? No si considera el vínculo entre el control que sentimos sobre nuestras vidas y la forma en que juzgamos varios errores éticos se conoce desde hace décadas. Incluso, aquellos que carecen de una sensación de control, los marginados, desarrollan reacciones menos extremas a comportamientos poco éticos como robar, engañar y mentir.

Ahora, la desigualdad disminuye la movilidad social, tanto objetiva como subjetivamente, y crea sentimientos de privación relativa, lo que conlleva a las personas a sentir menos control sobre sus vidas. La duda es si las personas de los estratos sociales más altos podrían generar una sociedad en la que el comportamiento inmoral sea más aceptado.

Un estudio muestra que aquellos que viven en sociedades menos igualitarias sienten que tienen menos control y aceptan más el comportamiento poco ético. (Para sorpresa de los investigadores, no había ninguna correlación entre lo competitivo que los participantes percibían que era el mundo y sus sentimientos sobre el comportamiento poco ético, lo que sugiere que la desigualdad, no sólo la competitividad, se prestaba a este tipo de justificación.

Las personas que calificaron su área local como más desigual son más propensas a reportar una menor sensación de control y una mayor aceptabilidad del comportamiento poco ético.

De manera simultánea, la menor movilidad social percibida entre los participantes que informaron vivir en áreas más desiguales ayudó a explicar por qué la desigualdad reduce la sensación de control.

Si alguien piensa que la sociedad es desigual, pero tiene la capacidad de ascender, entonces todavía siente una sensación de control. Pero si no lo logra pierde la sensación de control.

A nivel social, las tasas de criminalidad pueden ser más altas en áreas con una desigualdad económica significativa. También podría ayudar a explicar el interesante hallazgo de que el engaño de los estudiantes es mayor en los estados que tienen niveles más altos de desigualdad.

En un nivel básico, los legisladores que buscan restaurar este sentido de control en sus comunidades pueden adoptar programas que reduzcan la desigualdad económica, incluida la creación de viviendas más asequibles, el aumento del salario mínimo y la creación de un sistema tributario progresivo. También podrían fomentar programas de capacitación y educación que mejoren la percepción de las personas sobre la movilidad social.

Hay mucho trabajo que la sociedad civil organizada puede generar aún.