Por Ivette Estrada

Vivimos enredados en paradojas: enaltecemos las nuevas tecnologías y relegamos a lo no importante a los sentimientos. Ensalzamos la Inteligencia Artificial y le damos de patadas a las invisibles emociones porque en el mundo laboral “simplemente impera el razocinio y ellas no deben existir”.
Sin embargo, esa tendencia propicia la baja productividad que se vive en un mundo atestado de tecnologías de información y exigüa o nula interacción humana. A raíz de la pandemia mundial de COVID-19 aparecieron hordas de renuncias silenciosas, agotamiento y enfermedades mentales. ¿Qué ocurría?
Poco a poco se desveló que después de pasar un tiempo considerable con inteligencia artificial (IA), las personas necesitan conectarse con otras personas o tener una afiliación social más fuerte. La IA se relacionaba con los sentimientos de soledad.
En distintos estudios realizados de 2021 y 2022 las conclusiones son claras: mayor interacción con la IA genera mayor necesidad de conexión social con los demás, la IA en sí misma aumenta la soledad y propicia insomnio. Todo esto redunda en una menor productividad.
Aunque no existen cifras oficiales, se calcula que la falta de felicidad en el trabajo incide en un descenso de la productividad de hasta el 30 por ciento mientras se frenan actividades vitales en una corporación como la innovación y creatividad.
Paliar los efectos adversos de la IA puede darse a través de recesos en los que los colaboradores y profesionistas autónomos se interrelacionen con otras personas. La economía gig, por ejemplo, favoreció el aumento de coworking como una solución al aislamiento.
Trabajar en la construcción de redes sociales para cada uno de los colaboradores es una solución empresarial que puede generarse a través de intercambios, exposiciones y congresos, pero la labor que cada uno ejerce en sí mismo no puede desestimarse: se necesitan conversaciones para manifestar puntos de vista y enriquecer perspectivas.
Respecto a la soledad se ha estigmatizado en exceso. La soledad no es perniciosa en si misma, o al menos no debería serlo. Es a través del encuentro con uno que se realizan dos actividades trascendentales: la comunión con la divinidad o espiritualidad y la expresión que otorga cualquier manifestación del arte.
La soledad, entonces, se convierte en una perspectiva ambigua: puede generar frutos de vida o la angustiosa certeza de encontrarse consigo.
Corporativamente debe encauzarse la soledad: crear ideas debe ser la tónica para que el aislamiento limite y lacera. A nivel personal conviene recordar que el cuerpo espiritual en cada uno debe nutrirse.
Respecto al temor de los robots convendría generar una nueva narrativa más feliz y benigna, no como intrusión necesaria e incluso posible suplantación, sino como ayudantes y, si, también una suerte de compañía. La vida es la narrativa y el sesgo que le damos a todo.