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Reflexionan en la 34 FILAH sobre el coleccionismo y la museología comunitaria

Con una reflexión sobre las posturas a favor y en contra tanto del liberalismo como del soberanismo aplicado a la museología y al patrimonio cultural, inició el VI Coloquio de Conservadores del Patrimonio Cultural, en el marco de la 34 Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH),.

Organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el evento abrió su programa académico con la participación del académico de la Universidad Autónoma de Madrid, Manuel Burón Díaz.

En diálogo con el profesor de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, Manuel Gándara Vázquez, el panelista reflexionó en torno a preguntas eje como: ¿quién debe conservar el patrimonio?

En este sentido, se ofreció un repaso por el esquema clásico del coleccionismo y la museología de los siglos XIX y XX, “cuando el camino era la salida de los bienes culturales de sus comunidades, muchas veces de manera violenta, con rumbo a los grandes museos y centros urbanos”.

Así, algunos de los recintos europeos más visitados en la actualidad, como el Museo Británico de Londres, Inglaterra, poseen acervos que están sujetos a reclamos por parte de países americanos, africanos y oceánicos, que fueron colonias inglesas, españolas, francesas o portuguesas.

Esa misma interrogante sobre la pertenencia del patrimonio surge cuando hay algún descubrimiento arqueológico. Como ejemplo, Burón Díaz citó una serie de máscaras antropomorfas elaboradas en piedra que, en abril de 2023, fueron halladas en la provincia española de Badajoz.

Ligadas a la cultura tartésica, la cual desarrolló en la península ibérica hacia el siglo V antes de Cristo, estas máscaras continúan bajo debate sobre si irán al Museo Nacional de Madrid o permanecerán en Badajoz, ante el reclamo de la población extremeña que las asume como propias, incluso, aunque sea difícil probar que los actuales habitantes de la región tienen algún parentesco con los tartésicos antiguos.

De acuerdo con el especialista español, la corriente que contrasta con el coleccionismo es la de la museología contemporánea, dentro de la cual se pugna por la devolución del patrimonio y que, asimismo, implica la creación de nuevos tipos de museos que toman más en cuenta la interpretación dada por las comunidades a lo que ellas consideran como patrimonio.

Manuel Burón concluyó que, en el inter de estas discusiones, el rol de instituciones, como el INAH, o de las universidades, es encontrar soluciones que promuevan la confluencia entre la conservación del patrimonio y la valorización de los saberes comunitarios.

Por último, llamó a no dejar que las devoluciones de patrimonio se vuelvan herramientas ideológicas y de relaciones públicas, toda vez que, apuntó, muchas naciones que antiguamente realizaron expolios, “pareciera que buscan lavar su imagen” mediante tales actos.

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ABANICO / El arte de envejecer

Por Ivette Estrada

A medida que avanza el tiempo se vuelve más perceptible el sentido de mortalidad inminente. De los viejos parten los consejos de vivir al máximo y de no postergar, de tener este instante y nada más.

Casi sin percatarnos, nos volvemos proclives al disfrute de cada instante. Valoramos lo que los jóvenes consideran trivial y anodino: una charla agradable, el color del paisaje o un aroma lleno de reminiscencias. Todo se vuelve memorable y conspicuo. Cada persona en nuestra vida, sin saberlo, toma roles protagónicos y emblemáticos.

La inminente muerte es un estado de alerta permanente. No se acaban los sueños: se construyen nuevos de momento a momento. El tiempo se ralentiza a medida que se calma una sensación de prisa y desesperanza. No se macera ni hiere el tiempo: se paladea muy despacio, se disfruta. La vida ya no bulle en estentóreo tambor, se diluyen la prisa, se calma el pertinaz mensaje de hacer todo ya. No es letargo: posiblemente los sentidos estén ahora más vivos, pero también más conscientes.
Hay hábitos que se abandonan de manera más o menos consciente: perder el tiempo de manera deliberada, el multitask y la adicción al trabajo. El tiempo se vuelve el bien más preciado.

A medida que pasa el tiempo se alejan las metas y estereotipos impuestos por otros. El éxito no genera ya una competencia férrea, es sólo el estar aquí y ahora, los otros son cada vez más nuestros espejos y ya no queremos avasallarlos ni ganarles nada: sólo mejorar las propias habilidades, sólo apaciguar la prisa y tratar de conquistar la compasión y el amor como formas permanentes de vida.

El arte de envejecer es comprender que lo único seguro es la muerte. Paradójicamente eso no nos vuelve tristes. Es cuando mayor gratitud experimentamos del tiempo que tenemos, de los planes que armamos a cada momento, de las personas que están y estuvieron.

Si. En el arte de envejecer también juega un rol la espiritualidad. Después de todo es inminente el desprendimiento de la realidad material. Pero no somos sólo cuerpo. La finitud no está en la carne. Somos imaginación, percepción e ideas. Somos pensamientos y emociones, somos un nexo perfecto con el Principio.

El arte de envejecer implica entablar diálogos diferentes con Dios, cualquiera que sea su nombre. Ya no es obligación, ni son rezos con palabras inentendibles carentes de significados, es el soliloquio más perfecto y claro que generamos en cualquier lugar y hora y que, sorpresivamente, nos lleva a conocernos más y amarnos, como quizá nunca lo hicimos antes.

Bueno. Y en resumen: ¿cuál es la clave del arte de envejecer? Es murmurar en cada acción y pensamiento: ¡Gracias vida. Aprecio este momento!