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ABANICO/ El poder no imaginado

Por Ivette Estrada
Desentrañemos el empoderamiento: No es algo que alguien nos da. Es una pertenencia intrínseca.
En tiempos en gran incertidumbre y volatilidad como el que ahora vivimos, cada vez nos volvemos más conscientes del poder interno y del profundo sentido de responsabilidad como fuente de resiliencia, pero también de automotivación y sensación de logro. Esto incide necesariamente en lo que consideramos poderoso y valioso. Existe una reconfiguración trascendental, aunque aún no admitida a nivel profesional.
En general, cuando comenzamos una carrera profesional, la directriz general que recibimos es: “sigue tu pasión”. Pero las incipientes incursiones en el mundo laboral no son bastante fuertes o notables para seguir este consejo. Sin embargo, a medida que avanzamos, encontramos que el sentido de responsabilidad es lo que nos impulsa. Esto va más allá de un ingreso pecuniario.
En la medida que más nos comprometes a generar determinados logros, mayores recursos encontramos para ello. Ese es el camino certero, no una mítica y nebulosa pasión. Incluso ésta sobrevendrá al compromiso y no a la inversa.
En una sociedad altamente consumista como la nuestra, nos acostumbramos a la facilidad e inmediatez de todo. Creemos que los grandes bienes y satisfactores están al alcance de un clic. Antiguos valores de nuestros precursores de vida, como el trabajo arduo y los desafíos continuos, se desestiman.
Sin embargo, una mentalidad hecha con simplismos y transacciones veloces sólo nos conduce a grandes vacíos. Nuestro verdadero poder se evapora y restringe a lo que “otro” – llámese jefe, empresa o cliente- nos otorga. Se trata de un paternalismo deleznable: la noción de dádiva sobre la meritocracia o esperar fortuitas dádivas.
Olvidamos que alguien puede “darnos” un puesto de trabajo y una tarea específica, pero como todo lo que realmente vale, sólo nosotros podemos dotar de importancia, trascendía y valía lo que hacemos y la manera en la que lo ejecutamos.
Nuestro poder en el trabajo está en la propia percepción. Responde a cuestiones trascendentales de porqué hacemos determinada cosa, para qué y cómo.
Aunque a lo largo del tiempo nos sumimos en un complaciente mutismo de relaciones transaccionales “hago esto por tal cosa”, el confinamiento pandémico nos alertó sobre el empleo del tiempo, la vida y la noción de valor y trascendencia. De manera insólita tuvimos que enfrentarnos a discernir sobre aquello que realmente nos importa y lo que no es aí. Parte de este proceso de concientización es la gran renuncia silenciosa que ahora se vive.
Entonces el camino se bifurca: el desencanto y la inercia, por una parte, o un papel trascendental y activo que re dignifica las actividades diarias y les otorga valores no imaginados al analizar cómo trascienden o en qué se convierten. Sólo de nosotros depende mirar el trabajo de manera diferente: asumir que somos sólo una tuerca en un enorme engranaje y hacemos una “chamba” o nos convertimos en gestores de realización y cambios al trabajar.
Vivimos un momento trascendental. Tenemos la oportunidad de vivir con un gran sentido diversas experiencias de vida. El trabajo puede ser ya, desde este momento, algo tan importante y trascendental como el amor para darle sentido a nuestra existencia. Estamos en pos del verdadero poder, aquel que nadie te puede dar, pero tampoco quitar o disolver.

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ABANICO/ México, geografía de desigualdades

Por Ivette Estrada

En México, hechos fortuitos marcan el destino. Si se nace en una región pobre del sur, como Chiapas, Guerrero o Oaxaca, las opciones de ascender económica y socialmente, movilidad le llaman, son exiguas.
Si eres mujeres, tus oportunidades se reducen significativamente y tiendes a ser más prejuzgada por tu apariencia física. En un país de mestizaje, paradójicamente la piel morena implica menos oportunidades laborales. También el sobrepeso.
Mujeres en la veintena y casadas, además, son castigadas en el mercado laboral que asume una pronta maternidad y por ende, se les niegan oportunidades de contratación. México es un país surrealista y lleno de estigmas.
Raymundo Miguel Campos Vázquez, Doctor en economía por la Universidad de Berkeley y autor de Desigualdades, genera un retrato de nuestras asimetrías, costumbres y credos que segregan y disminuyen potenciales en todas las esferas de la vida.
A través de cambiar la fotografía en las hojas de vida se detectaron los sesgos no admitidos en a quién damos las oportunidades laborales. Una cifra dada a conocer por Campos Vázquez resulta muy reveladora: lograr transitar del 20% de los estamentos más pobres al 20% de los más favorecidos, en economías desarrolladas como Canadá, tienen una probabilidad de 11%. Esta reduce hasta 2.5% en México.
Los costos de la discriminación son muchos: reducimos de manera significativa el potencial de personas y comunidades, se reduce la competitividad y oportunidades de mercado. La estigmatización no sólo afecta a las víctimas de los sesgos, sino a sociedades completas.
Discriminar es cortar de tajo el potencial. Es limitar habilidades y logros, reducir de forma significativa ideas y soluciones. Restar.
Por ello, de acuerdo a Campos Vázquez, investigador del Colegio de México, “se requiere mayor intervención del Estado. Establecer diferentes políticas en la regulación y supervisión del estado laboral e incidir en políticas públicas donde se cuente con mejores servicios e infraestructura en áreas marginadas o con poco desarrollo”.
La Iniciativa Privada, por su parte, tiene un largo camino que recorrer para acortar las desigualdades en México. “Las acciones pueden ser simples pero contundentes, como eliminar la fotografía en los CV de reclutamiento y selección. También establecer cuotas de género en puestos claves, por ejemplo”, comenta el investigador.
En las familias la desigualdad puede generarse a través de un trabajo más equitativo de las labores hogareñas, dice el economista.
También establecer climas de confianza y reconocimiento a los logros de cada uno de los miembros de la familia, sin importar género, edad o apariencia puede eliminar asimetrías. Si desde nuestra casa nos acostumbramos a un trato igualitario y equitativo, podemos asumir más retos e incidir positivamente en la vida pública.
A pesar de que visibilizar la desigualdad es crucial para limitarla, hay una pregunta que ronda la propia conciencia ¿en qué momento y por qué asumimos que otro es más o menos que uno? Y en medio de esa interrogante, gigante e hiriente, es posible escuchar aún ahora la voz de mi abuela Angelita: “todos, absolutamente todos, somos hijos de Dios”. Habrá que reconstruir esa verdad en el día a día.

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ABANICO/ ¡Hola extraño!

Por Ivette Estrada
Muchas veces olvidamos el poder de las palabras. Una conversación nos acerca, genera complicidades, nexos y acuerdos, pero también crea ideas, placer e incluso redime y sana.
No es extraño, entonces, que una joven de veintitantos años tenga cinco millones de seguidores en TikTok con una sola habilidad: escuchar. Plantea preguntas insólitas a un auditorio heterogéneo que queda subyugado ante cuestionamientos como «¿Quién fue tu primer amor y por qué te enamoraste?» o «¿Cuándo te sentiste más débil?»
Los videos con un promedio de 30 a 40 segundos son profundos y, al igual que el proyecto fotográfico Humans of New York, la serie de videos aludido se basa en la idea de que todos tienen una historia que contar, pero que pocas de esas narrativas van más allá de un pequeño círculo. También enseñan una que todos queremos compartir perspectivas y percepciones con los demás.
Sin embargo, somos renuentes a entablar una conversación o hacer un cumplido genuino a alguien, aún de nuestro círculo cercano. Paradójicamente, gran parte de nuestro cerebro, la parte grasa sobre nuestros ojos, lo que se llama neocórtex, está designado para la cognición social. Y es lo que nos hace únicos de otros primates. Sin embargo, nos ignoramos unos a otros sistemáticamente.
Ahora, sí logramos reconocer que la soledad y el aislamiento representan un riesgo para la salud ¿por qué callamos?¡Necesitamos interactuar entre nosotros! La conversación nos hace más felices y disfrutamos más al interactuar con otros.
¿Por qué somos renuentes a hablar con extraños? En general, la gente asume que los demás simplemente no están interesados en hablar, por lo que no inician una conversación, y piensan que disfrutarán más de su viaje si se mantienen callados. Lo más grave: callamos también con personas de nuestro círculo cercano.
Muchos de quienes integramos la generación X, por ejemplo, crecimos con la consigna familiar de “no hables con extraños”. Sin embargo, la vida nos enseñó algo simple y al mismo tiempo significativo: nunca sabes cuántas ideas, impresiones, momentos gratos y nuevos amigos potenciales existen. El universo es nuestro hogar.
En los estudios sociales realizados por diversas universidades, se encontró que las personas imaginan más opciones negativas que positivas al iniciar la conversación con un extraño. El consejo es no presuponer nada. No crear expectativas de ninguna índole. Limitarse al momento.
También el blindaje contra una mala experiencia es esencial: Cuando tratas bien a las personas, tienden a devolver el favor. Cuando dices hola, probablemente te responderán. Por lo general, actuamos de manera recíproca. Pero debido a que tendemos a evitar las interacciones con extraños, rara vez sentimos cuán poderosa y común es la reciprocidad en conversaciones, aún con extraños.
Un abordaje con buenos resultados es hacer un cumplido genuino. En general, somos más proclives a abrirnos con aquellos que nos regalan un comentario lindo.
El regalo de la conversación es maravilloso y un tanto exiguo.
Pero si queremos disfrutar más de nuestras experiencias cotidianas, debemos hablar con los demás. No estamos exentos de que alguien, en algún momento, rehúse devolvernos el saludo. Pero por todo el placer y sabiduría que obtenemos de muchas personas, alentemos la conversación. Hablemos con desconocidos…y con quienes están muy cerca.

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ABANICO/ Despedir quimeras

Por Ivette Estrada
La inquietud los anuncia. Son aquellos que ya no forman parte de nuestra realidad, idiosincrasia y anhelos, pero aún quedan agazapados en los recuerdos, obstinados en no marcharse, en martillear en el silencio todo lo que vivimos con ellos. Son relaciones apagadas e indescriptiblemente reacias a desvanecerse del todo. Obcecaciones que no logramos despedir. Rémoras que hieren… círculos que no logramos cerrar.
Temía que llegara la noche. Entre las sombras y el silencio se fortalecían ellos, los seres que no quiero nombrar ya. Desplegaban momentos idos, conversaciones que fueron, imágenes de lo que ya no sería. Una tortuosa noche me rehúse ya a permanecer insomne y repasar sus nombres.
Convoqué entonces a los zombis de mis relaciones: desde la insoportable “amiga” que ya no quería más en mi cotidianeidad ni futuro a la hermana que rehúsa verme y contestar mis llamadas e, incluso, a un romance creado en la imaginación con quien un día sí y otro también decidía terminar conmigo para luego volver.
Bueno: era tiempo de concluir anclada a quimeras. Llamé a cada uno en mi imaginación. Con diferentes diálogos le dije a mi hermana que ya no la perseguiría más, que siempre la amaría y que era libre de cualquier atadura emocional o familiar conmigo. Asumí que era un ave vibrante que se desprendía feliz de mis manos y volaba a los confines deseados por ella. Ni siquiera mi mirada acompañó su trayectoria. Se fue. Fue una certeza que me llenó de infinita paz.
Después él. Reconocí lo importante que fue para mí. Lo trascendente que resultó escuchar mi nombre en su voz. Descarapelé a punta de realidad y hechos concretos el castillo de fantasías que tuve con él. Pude decir, con asombrosa tranquilidad: “no me quiso”, pero le agradecí todo lo que viví con él y por él. Asumí entonces que el capítulo estaba concluido. Ya no más vivir relaciones de altibajos y zozobra. Eso finalizaba al fin, después de un largo lapso de autoengaño.
Por último, le dije adiós a mi “amiga”. Pude comprender sentimientos de envidia, resquemor y celos. No quería un fardo así en mi vida. En este caso la bloquee por completo de redes sociales y teléfono. A diferencia de los otros dos casos, en los que prosiguió una gran serenidad, la sensación que prevaleció fue de inmediato alivio.
Ya no existen espíritus que desvelan y hieren. Se fueron. La vida continua. Vuelvo a dormir, a amar al silencio, a caminar sin llantos y no lamentar nada.
Creo que muchas veces mantenemos relaciones “vegetativas” o zombies. Da miedo asumir que dejaron de ser o nunca existieron. Se teme cortar de tajo lo que duele porque creemos que “así debe ser”. Sin embargo, una de las voces de Dios, que nos dice que hay cuestiones intolerables, es la emoción que aparece ante determinados hechos: ¿inseguridad, angustia, temor, ansiedad? Es hora de cerrar círculos.
Y una forma de decir adiós no es necesariamente confrontar a nadie. Simplemente es generar un ritual donde se cierre metafóricamente nuestra energía a otro ser. No es necesario explicar. Basta con que uno mismo lo entienda o asuma. Este proceso no es racional, sino intuitivo y emocional. La racionalidad aparecerá después…

 

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ABANICO / Indiferencia: el alto precio de callar

Por Ivette Estrada
El silencio tiene un alto costo para las marcas. Aquellas que decidieron “callar” y abandonar la interacción con sus públicos durante la pandemia, hoy tardarán hasta 4.5 años en recuperar el posicionamiento de mercado que tenían antes de 2020. Hoy, quienes desestiman los problemas sociales, se vuelven irrelevantes para los consumidores.
Aunque a nivel global reconocemos que deseamos trabajar en una empresa alineada a nuestros valores de vida, también tendemos a privilegiar marcas con objetivos alineados a los nuestros. La incógnita es: ¿por qué las empresas no dejan clara su postura sobre temas sociales relevantes?
El 55% de las marcas no divulga su postura sobre problemas que afectan a la sociedad. Paradójicamente, las audiencias claves esperan que el CEO de la empresa si comunique su postura sobre temas sociales relevantes.
La respuesta es que las marcas evitan la confrontación, sobre todo en mercados altamente polarizados. Se detecta un apasionamiento tal, que hoy es factible entablar peleas verbales aún en la mesa. Entonces, las marcas enfrentarán un campo minado político si no tienen cuidado.
Sin embargo, el silencio genera una percepción de alejamiento, indiferencia o frialdad.
La disyuntiva es clara: ¿hablar o callar? ¿Hablar! Y para ello deben considerarse posiciones sociales y de política pública que podrían ser estratégicas e inteligentes. Sin embargo, las marcas tratan de determinar si deben hablar y cuándo, sino que también analizan si tienen o no la autoridad y la capacidad para hacerlo.
Es decir: Las marcas son muy conscientes de que emitir declaraciones sin respaldarlas con cambios reales, pueden ser despreciadas por «lavado de propósito» o «señalización de virtud», lo que comúnmente tildamos de hipocresía. Hoy, más que nunca, se fortalece la tolerancia cero para los gestos no respaldados por la acción. Lo que está en juego es la reputación, el bien que representa hasta el 60% del valor de una marca.
Por ello, incluso las empresas con mayor conciencia social tienen cuidado con las posturas de defensa sobre ciertos temas.
Callar, sin embargo, implica adentrarse a un mercado indiferenciado, débil, anodino y sin personalidad. Las marcas con tales estigmas tendrán hasta 60% más de problemas para destacar en los anaqueles y pisos de ventas.
Así, conviene preparar a los voceros de las organizaciones e institucionalizar en qué casos tomar una postura social y cómo abordarla.
Existen marcos para las crisis «tradicionales» como los problemas operativos, mala conducta ejecutiva, incluso activismo de los accionistas. Pero no existe aún una planificación de escenarios para elaborar estrategias sobre los riesgos, recompensas y respuestas con respecto a la comunicación de los valores de una marca.
Urge delinear las políticas de expresión corporativa. En tiempos de gran indefinición, polarización y recesión no debe prevalecer el silencio. Las mordazas autoimpuestas pueden dañar a grados no imaginados.

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ABANICO/ Santidad o placer

Por Ivette Estrada

Tendemos a dividir el mundo, personas y acciones en un simplista maniqueísmo: buenos o malos, blanco o negro, placer o pecado. Rara vez avanzamos por la línea intermedia o el umbral del equilibrio. Asumimos de manera errónea que no existen convergencias felices, que el bardo es una falacia.
Esto ocurre en todo. También en lo que ingerimos: nos desplazamos al placer organoléptico o rehuimos, como avezados penitentes, la carne. ¿Y si nos convertimos en flexitarianos? Abrazar la flexibilidad subyuga.
Resulta ser una invitación inusual, pero implica concientizarnos de lo que comemos y de la trascendencia que tiene nuestra elección en el efecto invernadero. Privilegiar comer más plantas, pero al mismo tiempo, no recortar ningún tipo de alimentos, es una opción que diluye la dicotomía santidad o placer. Es tener lo mejor de ambos mundos.
Comer alimentos de origen vegetal la mayor parte del tiempo, es ser flexitariano. Este tipo de dieta ofrece beneficios dramáticos para la salud, como un menor riesgo de enfermedad cardíaca y diabetes, también es una medida personal para combatir la crisis climática. Pero es flexible: la gente puede adoptar este régimen que acepta ingerir ocasionalmente la carne.
¿Qué quieres comer? Esa respuesta tiene infinidad de implicaciones no sólo sobre el propio organismo y la salud, sino también sobre las condiciones ambientales. Conforma nuestro entorno y, en gran medida, el mundo futuro. Resulta tan trascendente la dieta que da origen a múltiples corrientes de consumo. Estas son algunas de ellas:
Veganismo se refiere a una dieta totalmente basada en plantas sin carne, lácteos u otros productos animales. El vegetarianismo, en cambio, si admite lácteos y huevos, aunque no la carne. El pescatariano, en tanto, acepta la ingestión de plantas, lácteos y huevos, también pescado y otros mariscos, pero no de la carne.
El climatario, por otra parte, es elegir alimentos basados en reducir su huella de carbono, por lo que se evita la carne de res y cordero, mientras el reducetarian es disminuir al mínimo el consumo de carne en cualquier forma y el flexitariano, al que ya aludimos, implica una dieta basada principalmente en plantas, aunque ningún alimento está fuera de los límites. También se llama dieta vegetariana a tiempo parcial.
¿Por qué insistir en consumir vegetales? Porque una dieta basada en plantas sin procesar reduce el riesgo de enfermedades crónicas, como diabetes y enfermedades cardíacas. Incluso ciertos tipos de cáncer como el de colon y el de próstata. Incluso, puede revertir potencialmente las enfermedades cardíacas o diabetes.
La elección de nuestra comida no se limita al impacto en nuestro organismo: el sistema alimentario es responsable de un tercio de las emisiones globales que se emiten cada año, Esta estimación tiene en cuenta todo el ciclo de vida del cultivo y la producción de alimentos, incluido su transporte por todo el mundo.
Así, criar y alimentar grandes cantidades de ganado es el mayor contribuyente a la huella de carbono, y la carne de res es el alimento más intensivo en clima seguido de la de cerdo y aves de corral.
Ahora, los cambios graduales o «pequeños» en las dietas pueden lograr mejor la pérdida y controlar el peso en comparación con cambios más abruptos y drásticos en la dieta.
En suma: Ser menos rígidos en lo que consumimos nos permite seleccionar mejor, ser más amigables con el planeta y reafirmar nuestra noción de libertad y placer. Optar por la línea intermedia. Así que reitero: ¿quieres ser flexitariano?

 

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ABANICO/ Decisiones de la noche

Por Ivette Estrada

Noche es la caverna de reflexión, el espejo integral de quienes somos, la suma de lo inconfesado y secreto. Es enfermedad, dolor y reencuentro. El último vestigio de la energía y fuerza que poseemos.
En cada uno de nosotros existe un recurso limitado y paradójicamente desestimado: la energía. Sin embargo, cuando atravesamos un episodio de enfermedad y se hace evidente que debemos racionalizarla, es cuando discernimos en qué queremos ocupar nuestro tiempo y mente, con quienes queremos dialogar y que debemos volver insustancial.
Cada lapso de incapacitación, así sea por una ligera gripe, nos lleva a revaluar el espíritu vital, la fuerza que nos permite hacer trascendentales o nimias. Absolutamente todo está asociado a la energía o capacidad de actuar.
¿En qué gastamos nuestra fuerza? Muchas actividades, a la luz del reposo inducido nos obligan a replantear actividades y diálogos. Se trata de una tarea quizá no concientizada de prioridades de disfrute y vida. Es como quitar veladuras y adentrarnos en la esencia de personas y cosas.
¿Realmente esto me aporta? Y es posible que en tal reflexión podamos revaluar lo importante, necesario, prescindible y tóxico.
A medida que pasa el tiempo, encontramos que se limitan sensiblemente las actividades en las que perdemos el tiempo: amistades efímeras, tratos insustanciales, discusiones sin sentido, personas que no abonan a nuestro trazo de vida. En suma: nos volvemos selectivos de personas, momentos y emociones.
Algunos creen que la sabiduría aparece mágicamente con los años. Pero es posible que al limitarse la energía vital nuestro cuerpo y mente nos obligue a decidir mejor.
Quienes hemos estado postrados algún tiempo adoptamos una actitud de mayor cautela acerca de cómo vivimos. El despilfarro de recursos y energía ya no forma parte de lo que somos y queremos. Seleccionamos las conversaciones en las que nos enfrascamos, las actividades que realizamos, las emociones que deseamos experimentar. En suma: trazamos el modo de vida que conviene a nuestras expectativas.
La noción del tiempo, de su finitud, transforma los diálogos internos que entablamos. Ahí está la esencia de lo que vivimos, la criba de las experiencias, la manera en la que nos vemos.
Aunque parece contradictorio y absurdo, una enfermedad “cura”. Después de todo, se trata de una pausa. Y este interludio nos lleva a la auto concientización. El pretexto es la exigua energía que debe emplearse para algo válido e importante para nosotros, pero bajo ese pretexto subyace el quién soy y qué quiero, pero también cómo me comunico conmigo, que tan apreciado soy ante mi y cuánta dulzura o desprecio me tengo.
El soliloquio es la medida exacta del autoconcepto. En la medida que más se conoce a alguien o a algo más se ama. El silencio y la soledad, aseguran los místicos, es la llave a enfrentarnos con lo que somos, con aquello en lo que nos hemos transformado. Es crisol de creencias, valores, miedos, certezas y desatinos. Es lo que marcará nuestras experiencias.
Hablar con uno no sólo define cómo emplearemos el tiempo, con quiénes interactuaremos o la manera en la que asumiremos el amor, el valor, la honestidad y la vida misma. Es la conversación que traza ruta y destino.

 

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ABANICO / Discriminar la experiencia

Por Ivette Estrada.

Aunque los jóvenes recién egresados de distintas profesiones no encuentran trabajo de manera inmediata, la verdad es que la discriminación por edad se concentra en quienes tienen más de 45 años. A la par, la densidad poblacional en muchos países como México, crece en las generaciones X, baby boomer y silenciosa.

Los trabajadores de mitad de carrera, los mayores de 45 años, peligran laboralmente.

En una encuesta a 3,800 personas y 1,404 gerentes de contratación de Brasil, India, Italia, Singapur, España, Reino Unido y Estados Unidos, se encontró un sesgo contra los trabajadores de 45 años o más en esas geografías.

Este patrón también se replica en México.

Los hallazgos sugieren que las personas en esta cohorte luchan por tener un empleo. El 63% de los trabajadores de esa edad estuvo desempleado durante más de un año, frente al 36% de los que tienen entre 18 y 34 años.

Este es un problema que crecerá con el tiempo: a partir del año 2050, cuatro de cada diez personas tendrán más de 50 años. Que el mundo no pueda aprovechar la productividad y la experiencia de esta población es trágico y afecta muchas vidas personales que carecerán de oportunidades e independencia financiera.

Esta era de la digitalización también es, tristemente, la del edadismo o exclusión por edad. Los gerentes de reclutamiento y selección de personal ven como menos valiosos como empleados a los mayores de 45 años. Sin embargo, hablan muy bien de los que actualmente están en sus organizaciones.

Las cifras muestran esta paradoja: sólo del 15 al 18% consideraban a los “mayores” como adecuados para determinados puestos de trabajo. Pero al mismo tiempo, el 87% de los encuestados aseguró que quienes tenían esa edad se desempeñaban igual o mejor que los más jóvenes.

El sesgo de percepción fue igual en los siete países de la muestra citada, sin importar el sector económico en el que participaran. Es decir, se trata de un problema mundial.

Ahora habrá que destacar las ventajas ostensibles de los mayores de 45 años de edad: experiencia, mesura, responsabilidad, fácil identificación con los valores corporativos, mayor propensión a la inclusión y trabajo en equipo.

Algo crucial: la inclusión y generación de equipos heterogéneos de trabajo tiene una incidencia directa en la innovación, productividad y resiliencia. La conformación de distintas especialidades profesionales, géneros y creencias no basta, se requiere eliminar los sesgos generacionales para catapultar posibilidad de las compañías y su participación de mercado.

Para ello conviene que los empleadores determinen el rendimiento real de los diferentes grupos demográficos en su empresa, compartir el interés empresarial por la diversidad intergeneracional al personal de recursos humanos, generen entrevistas de selección basadas en demostración de habilidades y se evalúen la agilidad y capacidad de adaptación de los candidatos.

La automatización y digitalización, finalmente, implican un cambio radical en la menos la mitad de los puestos de trabajo que existen ahora. Esto también es una oportunidad de formar una compañía multigeneracional. No hacerlo así, implica cuantiosas pérdidas monetarias para la empresa.

 

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ABANICO / Conversaciones con sentido

Por Ivette Estrada

¿Cuál es la única diferencia entre las personas que tienen éxito y las que no? Que las triunfadoras saben lo que quieren. Las otras aún no lo deciden.

Hace poco escuché esta anécdota: todos somos hijos de Dios y a todos nos escucha por igual. Sin embargo, hay quien decididamente le indica qué desea mientras otros piden algo y luego deciden que algo más estaría mejor. Es como solicitar un platillo en el restaurante: el triunfador disfruta los alimentos que desea mientras el pobre indeciso recorre una y otra vez la carta sin hallar que saciará su hambre y antojo.

Esto de las ambivalencias viene a cuento con las conversaciones: hay quienes obtienen lo que buscan y otros que parecen dar vueltas en las palabrerías sin obtener nada. Aquí hay una gran verdad: Las personas a menudo no logran alcanzar sus metas conversacionales porque no identifican sus objetivos.

En una conversación existen dos objetivos principales: informativo y relacional. La primera busca datos e informes. La segunda profundizar la interacción con los demás. Y muy a menudo se emplean ambas.

Tal identificación resulta crucial para no perder los objetivos. Entre más específicos seamos al determinarlos, existen más probabilidades de obtener una conversación exitosa.

Ahora, ¿qué es una conversación exitosa? Aquella en la que logramos nuestros objeticos. Sin embargo, en general mantenemos el concepto en la ambigüedad o en una irracional criba intuitiva: “¡a ver que sale de todo esto!”. La respuesta la podemos anticipar: nada, nada de lo que quisieras porque olvidaste dar un rumbo deliberado a las palabras y conceptos emitidos, nada porque deseñaste la información y disparadores emocionales que podrían dar sentido a lo que divulgaste.

Tenemos entonces palabras claves: Objetivos, emisiones de palabras y conceptos deliberados, empleo de las emociones y anécdotas que impactarán a la audiencia.

Un mensaje se construye de una parte racional (logos) integrada por datos, estudios y frases de expertos, el componente emocional (anécdotas) y un emisor que representa la credibilidad o ética. La unión de estos tres elementos conforma los mensajes más convincentes.

Así, ¿para qué queremos hablar? Esto contradice la narrativa “natural” del parlanchín que habla por hablar. Debemos ajustarnos a los objetivos de la conversación y a la preparación para lograr los impactos de información y relacionales e, incluso, porcentaje de ambos objetivos.

El confinamiento generado por la pandemia mundial de Covid-19, conformó en cada uno de nosotros el análisis racional del uso de recursos, como el tiempo. La conversación en tiempos inciertos, como el que ahora vivimos, se vuelve más consciente y estratégico. Así, la pregunta clave, antes de iniciar una conversación, es: ¿qué deseo obtener de este diálogo?

Si no existen objetivos previstos, será una conversación fallida. Y a la inversa. Vamos pues por las conversaciones exitosas.

 

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ABANICO / El arte de envejecer

Por Ivette Estrada

A medida que avanza el tiempo se vuelve más perceptible el sentido de mortalidad inminente. De los viejos parten los consejos de vivir al máximo y de no postergar, de tener este instante y nada más.

Casi sin percatarnos, nos volvemos proclives al disfrute de cada instante. Valoramos lo que los jóvenes consideran trivial y anodino: una charla agradable, el color del paisaje o un aroma lleno de reminiscencias. Todo se vuelve memorable y conspicuo. Cada persona en nuestra vida, sin saberlo, toma roles protagónicos y emblemáticos.

La inminente muerte es un estado de alerta permanente. No se acaban los sueños: se construyen nuevos de momento a momento. El tiempo se ralentiza a medida que se calma una sensación de prisa y desesperanza. No se macera ni hiere el tiempo: se paladea muy despacio, se disfruta. La vida ya no bulle en estentóreo tambor, se diluyen la prisa, se calma el pertinaz mensaje de hacer todo ya. No es letargo: posiblemente los sentidos estén ahora más vivos, pero también más conscientes.
Hay hábitos que se abandonan de manera más o menos consciente: perder el tiempo de manera deliberada, el multitask y la adicción al trabajo. El tiempo se vuelve el bien más preciado.

A medida que pasa el tiempo se alejan las metas y estereotipos impuestos por otros. El éxito no genera ya una competencia férrea, es sólo el estar aquí y ahora, los otros son cada vez más nuestros espejos y ya no queremos avasallarlos ni ganarles nada: sólo mejorar las propias habilidades, sólo apaciguar la prisa y tratar de conquistar la compasión y el amor como formas permanentes de vida.

El arte de envejecer es comprender que lo único seguro es la muerte. Paradójicamente eso no nos vuelve tristes. Es cuando mayor gratitud experimentamos del tiempo que tenemos, de los planes que armamos a cada momento, de las personas que están y estuvieron.

Si. En el arte de envejecer también juega un rol la espiritualidad. Después de todo es inminente el desprendimiento de la realidad material. Pero no somos sólo cuerpo. La finitud no está en la carne. Somos imaginación, percepción e ideas. Somos pensamientos y emociones, somos un nexo perfecto con el Principio.

El arte de envejecer implica entablar diálogos diferentes con Dios, cualquiera que sea su nombre. Ya no es obligación, ni son rezos con palabras inentendibles carentes de significados, es el soliloquio más perfecto y claro que generamos en cualquier lugar y hora y que, sorpresivamente, nos lleva a conocernos más y amarnos, como quizá nunca lo hicimos antes.

Bueno. Y en resumen: ¿cuál es la clave del arte de envejecer? Es murmurar en cada acción y pensamiento: ¡Gracias vida. Aprecio este momento!