PULSO

Eduardo Meraz

El final de la presente administración promete ser turbulento, tanto por la radicalización del presidente totalmente Palacio Nacional como por los inevitables desprendimientos en las distintas fuerzas políticas, no sólo por aflorar las ambiciones de candidatos y grupos de poder, sino por el previsible aumento en los hechos de violencia sobre actores políticos, luchadores sociales y periodistas.

De parte del cuatroteísmo, veremos cómo se intensifican amagos, hostigamientos y, tal vez, algunas denuncias en contra de quienes considera sus adversarios; en contrapartida, saldrán a relucir los malos manejos del dinero de los contribuyentes. Ambos bandos cuentan con obuses de gran calibre y el ánimo de usarlos para debilitar al oponente.

En ese sentido, los mexicanos podríamos ser testigos y parte de los daños colaterales de lo peor que se va a poner, como hace algunos meses auguró el mandatario palaciego, con tal de crear un ambiente de crispación política y de incredulidad en el resultado de las elecciones de 2024.

El último tramo de la gestión de quien pronto dejará de dormir en el palacete no está exento de dificultades en otros campos, sobre todo en materia económica, educativa y de salud, ámbitos en los cuales ha quedado a deber con creces.

Los “milagros” de la narrativa cuatroteísta son desmentidos a diario por la realidad, aun cuando trata de disfrazar las continuas fallas en la instrumentación de políticas, cuyos efectos se reflejarán, en pocos meses, con crudeza en los niveles y calidad de vida de la población.

Los otros datos del oficialismo son insuficientes para esconder las dificultades ya presentes en las finanzas públicas. Si bien, por el momento, guardan cierto equilibrio, aunque con desbalances imposibles de ocultar, el ritmo de gasto del sector público empieza a ser mayor al de los ingresos fiscales.

Y eso, más temprano que tarde, se reflejará en el acotamiento de los apoyos sociales y en reducciones presupuestales a programas en beneficio de la población, pues sus obras emblemáticas seguirán demandando multimillonarias cifras para poder funcionar, ya sea por retraso en las obras o como subsidios.

Como ya se ha visto en los años previos, las áreas más afectadas por la austeridad republicana han sido la educación y la salud, donde la operación y funcionamiento de los sistemas de atención se encuentran muy por debajo de lo prometido y difícilmente se alcanzarán los niveles de los países nórdicos.

Sin fondos suficientes para hacer frente a imprevistos, cualquier alteración, interna o externa -pandemia, bajo crecimiento económico, desastres naturales, entre otras- reafirmará que el presente ha sido un sexenio perdido o con indicadores por debajo de los existentes previamente.

Las batallas por el Palacio, como ya se avizora, serán cruentas, incluso al interior del Morena, donde el aspiracionismo -ambición por el poder- entre las corcholatas cada día se hará más evidente ante la pérdida de vigor del presidente sin nombre y sin palabra.

Algo semejante ocurre en la alianza opositora, donde se empieza a decantar el número de aspirantes y las dirigencias de los partidos que la conforman se están quedando solas ante el abandono de sus filas de un buen número de militantes.

En tales condiciones y futuros escenarios, está de más señalar la imposibilidad de alcanzar una tregua entre el oficialismo y los opositores. La serenidad no es una de las virtudes dominantes en tiempos de sucesión; por el contrario, todos buscan atajos y veredas para sacar ventaja.

He dicho.

 

EFECTO DOMINÓ

Luego de festejar el aniversario de su triunfo en 2018, el presidente innombrable se ha dedicado a acumular pleitos. Además de Xóchitl Gálvez, la iglesia católica y la Corte se encuentran cerca de su amoroso corazón.

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