PULSO

Eduardo Meraz

Envallado en Palacio Nacional, cercado cuando asiste a algún evento público y siempre resguardado por las fuerzas armadas, el presidente palaciego está cada vez más lejos del pueblo bueno y sabio. En realidad, se encuentra preso de sus traumas, mentiras y engaños, y de su forma de hacer política interna y externa.

Sin la protección excesiva de los militares y marinos, de la sacrosanta investidura nada quedaría. De facto, ahora se cuenta con un ni tan novedoso ni discreto y mucho menos austero aparato de guardias presidenciales, que no tenían ni los anteriores mandatario ni Obama.

Debido a la parafernalia del habitante temporal del palacete virreinal, los servicios de custodia del mandatario a veces semejan operaciones como si hubiesen atrapado a un delincuente de altísima peligrosidad, y con tal de evitarle el coraje entripado de una cada vez mayor y más frecuente inclinación de amplios sectores de la población de practicar el deporte nacional de moda.

Obviamente, este tipo de servicios brindados al mandatario sin nombre y sin palabra, tienen un costo elevado. Si se realizará un informe pormenorizado del gasto por la protección del comandante supremo, nos daríamos cuenta de la inmensa fortuna que derrochamos los mexicanos por mantener aislado al titular del ejecutivo.

Y no únicamente nos referimos a los servicios de escolta y resguardo, sino por el cada vez más elevado presupuesto entregado a la milicia año con año. Pero no son los únicos gastos que benefician a los militares; también nos cuestan y costarán un ojo de la cara por los eternos subsidios que se le darán para mantener en operación los juguetes de trenes y aeropuertos puestos en sus manos.

Conforme se aproxima el fin de su mandato, la tendencia presidencial aislacionista es más notoria. Como los toros viejos, busca el refugio de las tablas -Palacio Nacional-, anhelante del indulto del respetable, aunque en realidad le faltó peso y gallardía, aunque debe reconocerse que embestía con todo y contra todo.

Es evidente el gusto presidencial por permanecer en la prisión palaciega el máximo tiempo posible, pues desde ahí encuentra la excusa perfecta para desconocer la deplorable realidad en la cual viven, día con día, millones de mexicanos, que las dádivas no alcanzan a subsanar.

El planteamiento oficial dado a conocer este jueves en la base naval de Icacos, en Acapulco, Guerrero, puso de manifiesto el desdén presidencial por los damnificados del huracán Otis. Este comportamiento se ha extendido a sectores sociales, decididos a frenar su ayuda a la población, en perjuicio de los guerrerenses.

Para completar el cuadro de falta de solidaridad para las víctimas del meteoro de hace un mes, designó al papá de la gobernadora del estado y compadre del mandatario, como el encargado de presidir las labores de reconstrucción, el senador Félix Salgado Macedonio, cuya historia de vida no es como para presumir.

Prisionero de sus traumas, complejos y mentiras, el mandatario innombrable prefiere voltear la vista para presumir una popularidad, de la cual también está aprisionado.

He dicho.

 

EFECTO DOMINÓ

No parece casual ni gratuita la “sintonía” entre la versión cuatroteísta y los puntos de vista de connotados líderes de opinión sobre el retroceso, real o aparente, en la campaña de Xóchitl Gálvez. El argumento principal es el no apego a los parámetros tradicionales, en especial en materia de publicidad.

 

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