Por Teófilo Benítez Granados, Rector del Centro de Estudios Superiores en Ciencias Jurídicas y Criminológicas (CESCIJUC).

Desde 2010 se anticipaba un grave problema. El 21.6 por ciento de quienes tienen de 12 a 29 años no asiste a la escuela ni genera alguna actividad productiva. Se trata de 7 819 180 jóvenes mexicanos.

La asistencia a la escuela disminuye conforme se tiene mayor edad, en particular a partir de los 15 años.

Se debe hacer notar que existen marcadas diferencias en el acceso a las oportunidades educativas y laborales entre hombres y mujeres. Así, tres de cada cuatro personas que no estudian ni trabajan son del sexo femenino.

Ahora, el fenómeno de los jóvenes que no estudian ni trabajan (ninis) representan una realidad social preocupante. Entre otras razones, porque este segmento de la población está en la etapa de la vida en la que deben formar y desarrollar sus capacidades productivas.

Esta situación compromete las oportunidades que los jóvenes deben tener ene la edad adulta y, al mismo tiempo, representa un desperdicio de la capacidad productiva del país.

Por otra parte, aunque los jóvenes asocian la educación con logros favorables, no puede consolidarse la continuidad en la matrícula hasta el término profesional de estudios.

A medida que aumenta el nivel educativo, los jóvenes tienen una opinión más favorable sobre el valor de la educación. Sin embargo, la interrupción de los estudios se hace común. Ya sea por experimentar presiones económicas para dejar la escuela, sufrir la limitación en los espacios ofertados por las universidades públicas, restricción de oportunidades por decisiones desfavorables en el curso de la vida, como embarazos no deseados o uniones tempranas.

Los jóvenes que no estudian ni trabajan tienen confianza en la educación y la consideran un recurso valioso para alcanzar sus objetivos de movilidad social, pero no alcanzan el acceso a este medio.

Por otra parte, el rezago educativo de la juventud impide avanzar con un mejor ritmo en lo referente a crecimiento económico y superación de la pobreza.

Sin embargo, aparte de una mejor distribución de ingreso al que se debería tener acceso por poseer un mayor nivel educativo, así como un mejor índice de producción económica, el rezago educativo afecta el logro de otros objetivos nacionales.

Entre los logros en los que interfiere el atraso educativo están el apego a la legalidad, respeto a los derechos humanos y acceso a la cultura, objetivos que deberían ser cultivados como parte integral de la formación de los jóvenes.

Por otro lado, la infraestructura educativa también presenta atrasos y desigualdades entre los distintos niveles.

Por ejemplo, sólo poco más de la mitad de los planteles de secundaria se encuentran en nivel óptimo. En primaria 14% de las escuelas presentan cuarteaduras en sus edificaciones. Las telesecundarias se encuentran en condiciones poco operativas: menos de cuatro de cada 10 cuentan con salón de cómputo y biblioteca, y la prospección de escuelas que tienen laboratorios de física, química y biología es todavía menor.

Con respecto al estancamiento en el nivel superior, éste persiste.

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