Citlali Hernández Mora

Para nadie ha pasado desapercibido el cisma que significó en la vida política de México la llegada del proceso de transformación que millones de personas han acompañado desde la lucha y la resistencia.

Este largo proceso ha sido encabezado por diversos liderazgos, pero en los últimos años por el hoy Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Aunque sus adversarios lo nieguen públicamente, saben que AMLO ha demostrado inteligencia y habilidad política como pocos. Es un hombre honesto, de principios e ideales, revolucionario e idealista que rompió los esquemas de la izquierda estéril que no convierte ideas en acción y le teme a la toma del poder por los tabús insuperables del dogma.

AMLO es un político eficaz, con vocación de poder. A lo largo de su trayectoria ha dejado de manifiesto que el poder es para servir y transformar, por eso contrasta con los ambiciosos vulgares que buscan cargos por dinero, por el cargo en sí mismo o para hacer negocios.

Tras la toma del gobierno por la vía pacífica en 2018, siendo la primera vez que la izquierda gobierna, sabemos como lección que no es suficiente ganar una elección, pues los gobiernos neoliberales cedieron el poder a oligarcas que no pagaban impuestos, a los grandes medios de comunicación, a una élite política y académica y, hasta a intereses extranjeros.

Por eso las batallas de AMLO con los intereses creados son tan frontales; en lo profundo, busca que el poder regrese a quien pertenece: al soberano que es el pueblo.

Por eso, a partir de este cambio de gobierno inició el final de un régimen y una cultura política. Esos códigos de la política tradicional que a los jóvenes se nos insinuaba, eran inamovibles porque “la política siempre se ha hecho así”, se desmoronan. Con ello, está naciendo una nueva forma de hacer política.

Quienes consideramos a AMLO un referente de transformación y un gran dirigente político, hablamos del obradorismo ya no sólo como una identidad basada en la admiración, sino como una nueva práctica política.* Entre muchas otras cosas, el obradorismo es pensar en colectivo, el amor al prójimo, entender la política como una herramienta de transformación y el poder como una virtud cuando se pone al servicio de las demás personas, sobre todo de las más excluidas y desfavorecidas.

Por la trayectoria de AMLO y su método político de conducción, ha hecho explícito que se puede lograr el equilibrio entre principios y eficacia, y ya hay códigos ubicables de esa nueva práctica política. Por ejemplo, *hacer política a ras de piso, en asambleas informativas y en la visita casa por casa, donde el dinero no es la condición necesaria, sino la conciencia y la palabra.

Desde mi experiencia personal, puedo afirmar que *cuando hay constante cercanía a la gente, se desarrolla una sensibilidad política y social que forja compromiso y mayor coraje para transformar las cosas.

Cuando una escucha al pueblo, escucha su esperanza, sus enojos, sus miedos, críticas y exigencias, muchas veces sus dolores convertidos en lágrimas.

Dicho cúmulo de experiencias genera la conciencia suficiente para que al llegar a un cargo nos aferremos a ponerlo en cada instante al servicio de los demás y no para beneficio propio o de grupo; mucho menos de los grupos de interés. No niego que otras formas tradicionales para sumar simpatías sean efectivas, pero sostengo que estos sentimientos del pueblo no se conocerán jamás con spots publicitarios, narrativas de consultores, promociones en aire o con la sonrisa forzada frente a la pantalla.

Por eso, ahora que buscamos quién coordine a nivel nacional la defensa de la Cuarta Transformación para la continuidad del proyecto de cambio, nuestros lineamientos han sorprendido a algunos. Les adelanto que lo que veremos los próximos meses no es una contienda interna tradicional. Lo planteado es una ruta profundamente obradorista.

Sabemos que al finalizar su gobierno el presidente se retirará de la vida pública y política. El movimiento de transformación perderá a su principal conductor y, sin duda, Andrés Manuel López Obrador será insustituible, pero en la grandeza de los cambios acompañados por las mayorías y su enseñanza, en el obradorismo, hoy sabemos que en realidad, el verdadero insustituible es el pueblo