Línea Fifí

Por Martín de J. Takagui

A lo largo de la historia se ha comprobado y sí: indiscutiblemente el poder cambia a la gente.

Los ejemplos los tenemos muy cerca, los mexicanos los estamos viviendo, en Cuba lo vivieron, en Venezuela lo siguen sufriendo, enNicaragua lo están padeciendo.

Las cosas del poder son inexplicables, solamente aquellos que lo viven, podrían decirlo, platicarlo. ¿Cuáles son sus experiencias? Será acaso que el poder hace flotar a las personas; o acaso que la aclamación del pueblo cambia la perspectiva de los gobernantes.

Las luchas sociales, como las revoluciones, como alcanzar el poder desde la oposición, gozar de las mieles de las atenciones y que todos le digan “sí señor”, que no haya deseo que se le niegue, que una palabra basta para mover a un país.

El ser humano es muy volátil, el piso se pierde en cualquier momento y lo que antes fue una causa hoy se convierte en caprichos de opositores, en posiciones políticas inescuchables, en opiniones “resentidas” o en pensamientos conservadores, “porque nosotros somos progresistas”.

Lo que antes fueron anhelos y exigencias de democracia, hoy se convierten en situaciones inatendibles por el gobierno. Y no solamente eso, se trata de situaciones que buscan los grupos desplazados del poder “para seguir robando al pueblo”.

La marcha del pasado domingo en más de cien ciudades del país que movilizó a más de un millón y medio de mexicanos, para el gobierno en turno, no es más que una demostración de que “los grupos de la derecha, los conservadores quieren seguir robando”.

El presidente Andrés López, ha enloquecido, desestima a la gran masa de mexicanos que “no le decimos que se vaya, porque lo elegimos por seis años; le exigimos que deje de destruir a las instituciones; le prohibimos que despedace a la democracia mexicana y nunca le perdonaremos que viole la Constitución en busca de perpetuar a sus allegados en el poder”.

El gobierno en turno no puede ser indiferente a lo que vimos los mexicanos y todo el mundo el domingo pasado; el pueblo de México eligió a un presidente en 2018, no a un autócrata, los diputados federales y los senadores de Morena obedecen a pie y juntillas las instrucciones dictadas desde Palacio Nacional.

Novatos en el poder, ilusos que piensan que el ganar una elección es para toda la vida; todos los procesos electorales tienen una vigencia, una fecha de caducidad y la historia es una de las más duras juzgadoras de los poderosos.

No se trata de enviar una maldición a los gobernantes de la autollamada Cuarta Transformación, se trata de recordarles que en algún momento todos escucharon el llamado del “mesías” López Obrador para hacer que la democracia fuera una realidad. Muchos la escucharon, la creyeron y lo lograron.

Otros siempre desconfiamos de su buena fe, de su templanza, de su inquebrantable voluntad de servir a los mexicanos. También hubo quienes cansados de una opción tricolor que llevaba 80 años en el poder abusando de la confianza ciudadana y de los decepcionantes gobiernos blanquiazules, le dieron la oportunidad al gran líder opositor.

Hoy esta demostrado que el presidente López Obrador no cumplirá sus promesas democráticas, que una cosa es ser oposición y otra muy diferente es ser gobierno. Está claro que no existe cambio alguno, que la transformación solamente fue un eslogan de una administración que no sabe ni sabrá lo que se debe hacer desde el gobierno para beneficio de un país.

Esperemos que no haya muchos más destrozos gubernamentales.